Mi Confrontación con la Docencia
Cuando me inscribí al bachillerato, la secretaria que recibió mis documentos me pregunto “¿Qué vas a estudiar?” yo contesté, “Quiero ser Ingeniero Civil”. De donde vino esta elección, no lo sé a ciencia cierta, pero si sé que la elección fue correcta, y que si tuviera que elegir carrera nuevamente mi elección sería la misma, ingeniería civil. Haber estudiado esa carrera me ha dado muchas satisfacciones, una de ellas la de ser profesor, pues la formación como ingeniero implica un estudio amplio de las matemáticas; desde la aritmética hasta el cálculo y las ecuaciones diferenciales. Mi inicio como profesor se remonta al año 1980, en ese entonces trabajaba en una empresa minera como jefe del departamento de ingeniería civil y estructural, mi jefe, el gerente de planeación y control, que además era profesor de estructuras en la UNAM, continuamente viajaba y me encargaba que diera la clase con el fin de que los estudiantes no se atrasaran, estas primeras experiencias me llenaron de satisfacción pues tuve la oportunidad de constatar que mi formación era sólida y que solo me faltaba experiencia en el ámbito profesional y en el docente. Estas clases como maestro sustituto eran sin ningún carácter oficial y desde luego sin pago extra, pero me dejaban una satisfacción que nadie me podía escatimar. Posteriormente, en 1996, acompañe a mi esposa a hacer un trámite en el Colegio de Bachilleres, de donde ella es egresada; ahí, frente al directorio de la escuela me dije: “yo puedo dar clases aquí”. Inmediatamente pregunte a la señorita que estaba en la tomaduría de tiempo que a quien debería dirigirme porque estaba interesado en dar clases ahí. Para fortuna mía requerían un maestro y así, a los pocos días empecé a dar clases.
La primera experiencia en la docencia a nivel bachillerato fue muy gratificante, y a ella se suman cada vez más experiencias en ese sentido. Creo que hay una diferencia enorme entre la labor de un profesionista en la iniciativa privada y la labor en la docencia. En la iniciativa privada, el trabajo del profesionista es meramente comercial, y en ese sentido dicho trabajo tiene un valor que se traduce en beneficios económicos para el empresario; en la docencia, el trabajo del profesionista tiene una connotación completamente diferente pues los beneficios de ese trabajo van directamente, sin intermediarios, a los estudiantes, quienes se enriquecen intelectualmente. Esta gran diferencia hace que me sienta complacido de ser profesor ya que estoy en una posición privilegiada para generar un cambio en la mentalidad de los jóvenes que a la postre se traduzca en un cambio en nuestra sociedad. Todo lo anterior ha sido motivo de satisfacción; sin embargo, no todo es miel sobre hojuelas ya que ser profesor requiere una dosis de estoicismo pues la paga no es en general suficiente para vivir bien, en muchos casos solo es suficiente para sobrevivir. Adicionalmente, en el caso de escuelas del sector público muchas veces se carece de los elementos necesarios para el desempeño de las labores, convirtiendo este hecho a los maestros en verdaderos paladines de la educación.
Ser maestro me ha hecho merecedor a muestras de agradecimiento por parte de algunos alumnos quienes han considerado que mi labor ha sido benéfica para ellos. Esas muestras de agradecimiento no están plasmadas en documentos, pero no por eso dejan de tener un significado y efecto muy profundo en mi ánimo como profesor. Ver brillar los ojos de un alumno cuando repentinamente comprende un concepto que momentos antes era incomprensible deja una satisfacción que no la he encontrado en otras actividades. Todo esto representa también una responsabilidad muy grande, ya que los alumnos son páginas en blanco donde el profesor no solo escribe, sino que marca, muchas veces en forma indeleble, al alumno. Para ellos el profesor es el guía, es quien tiene la verdad y a quien hay que creerle a pie juntillas. Muchas veces el alumno toma lo que dice el profesor casi como un acto de fe; y es aquí donde hay que tener cuidado de guiarlos correctamente.
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